JARDÍN EMOCIONAL
Curé mis heridas después de conseguir atravesar el bosque lleno de zarzas punzantes.
Dejándolo atrás, seguí caminando confortablemente en la frondosidad.
Ahí, tras él, había una hermosa rosa, inesperada de una manera agradable.
Suspiré aliviado, pensando que por fin podría mantener un ser vivo con sosiego y ella podría darme su aroma.
Al proceder ambos me fijé en las espinas de su tallo y, ante la idea de no querer volver a cortarme y dañarme, di un pequeño e inocente bote mientras la observaba, sin dejar de llamarme la atención.
Fue entonces, pensando que la arena del reloj de la vida podía escaparse entre mis manos, cuando entendí que el mayor pincho de todos era el que mi miedo me estaba clavando con la incertidumbre inquieta de no arriesgarme.
Debía decidir qué hacer en mi jardín emocional.
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